miércoles, 12 de octubre de 2011

Del Activismo Ateo y la Separación Iglesia-Estado

Una de las preguntas más frecuentes que enfrenta un ateo activo es: ¿por qué pasar tanto tiempo y dedicar tanto esfuerzo a algo en lo que no crees?  ¿No deberían ser los ateos más bien apáticos en cuestiones de religión?

Bien, vale la pena hacer algunas aclaraciones.  Ciertamente, un ateo escéptico no pasa la mayor parte de su tiempo discutiendo la no-existencia de dragones, unicornios, hadas madrinas ni duendes; sin embargo, le suele dedicar bastantes neuronas a la no-existencia de Dios.  Personalmente, no le he dedicado nada de tiempo a una demostración lógica para la no-existencia de las hadas, aunque no dudo que pudiera valer la pena como cuestión didáctica y de gimnasia mental.  ¿Por qué, entonces, dedico tanto tiempo de cómputo en mi cerebro a Dios, si tampoco existe?

La respuesta es relativamente sencilla: los que sí creen en Dios están empeñados en jodernos la vida a todos por ello.  Así de simple.  Los problemas que enfrentan nuestras sociedades son, sin excepción, complicados por creyentes de algún tipo u otro.  En vez de dedicarnos a resolver los grandes problemas que enfrentamos como país y como especie—tales como el calentamiento global, el tamaño y rol adecuado de los gobiernos, la investigación científica, entre otros—estamos perdiendo valioso tiempo y recursos legales en decidir si el cuerpo de las mujeres realmente es suyo, o si los homosexuales realmente son personas o no.

Las respuestas a estas preguntas y muchas más ya las tenemos o se encuentran a tan solo algunos pocos años de buena investigación en el futuro.  Sin embargo, la implementación de tales soluciones no puede tomar lugar, dado que un gran sector de la población valora lo que cree por encima de lo que realmente es cierto; esto es lo que hace la religión.  El activista ateo, entonces, se ocupa de darle solución a este problema desde la raíz: demostrar que no es cierto que Dios existe.  Es por ello que tanto esfuerzo es dedicado a un ente en el que no se cree; en realidad, es una lucha por liberar las mentes de quienes son rehenes de esta creencia y que gracias a ella hacen un daño completamente real y tangible en la sociedad.

A un ateo como yo le bastaría que las personas reconozcan la diferencia entre lo que realmente es cierto y lo que creen solo por fe; si los creyentes fueran así, definitivamente no habría la necesidad de escribir estas palabras, ni de hacer demostraciones, ni poner espectaculares en carreteras y autobuses.  ¿Pero puede una persona “olvidar” sus creencias religiosas momentáneamente mientras desempeña un cargo público? ¿Pueden siquiera distinguir la diferencia entre la fe y la razón los servidores públicos?  La experiencia nos dice que no es posible.  Por el lado de los gobernados, los fieles rara vez se contentan con mantener sus creencias en casa tampoco; cuanto más ferviente es su creencia, más es su necesidad de hacer proselitismo e inclusive cabildeo legislativo.  Dada la imposibilidad de separar la fe de otras creencias que sí están sustentadas, el ateo no tiene opción más que enfrentarla en su origen.

De hecho, la lucha por la separación entre iglesia y estado es más de cuesta arriba de lo que parece inicialmente.  Aunque la constitución claramente establece que el gobierno deber ser laico, esto fue desde la perspectiva única de la libertad religiosa.  Sin embargo, nunca se tuvo contemplado como objetivo la vida libre de religión, quizá por ser el número de no-creyentes tan minúsculo en tiempos de antaño.  La separación surgió de una cuestión práctica: para que el estado no sea favoritista hacia una religión en particular sobre las demás, se acordó que mejor no tratara con ninguna, más que en maneras muy informales y por debajo del agua.  Además, la legislación de las creencias resultaría en un altísimo grado impráctica, ya que se caería en el absurdo de tener prácticamente una constitución distinta para cada credo.

Sin embargo, nunca se tomó en cuenta la perspectiva atea: no se debe legislar en torno a la fe porque esta no es cierta.  ¡Vaya enfoque tan distinto que sería ese!  El argumento es así:  dado que los servidores públicos tienen que tomar decisiones que afectan las vidas de todos en el mundo real—el que realmente importa a todos—, deberían legislar utilizando solamente conocimiento que se sabe es cierto.  Por lo tanto, creencias que no son respaldadas por evidencia no pueden ser tomadas en cuenta, y las que contienen contradicciones lógicas son descartadas por completo también.  Entonces, en la privacidad de su propia vida, cualquiera tendría derecho a creer cualquier disparate siempre que no afecte a nadie más.  El católico que crea que no deben casarse los homosexuales, por ejemplo, tendría la libertad de creer eso… así como la de no casarse con uno.  Su libertad de culto quedaría intacta (queja irrisoria del clero católico en el México actual), mientras que la libertad de los homosexuales de casarse en el mundo real quedaría respetada también.

¿Hay libertad para estar libres de culto, especialmente el de otras personas?  Definitivamente, la gente en democracia puede creer cualquier imbecilidad que le plazca; sin embargo, el país entero es rehén de los disparates de algunos, bajo el pretexto de la libertad religiosa de estos.  En realidad, la libertad que abogan es la de imponer sus creencias a los demás por medio de la ley—y por ende, por medio de la fuerza.  Es por esto que el activismo a favor del estado laico es tan importante.  El activismo ateo lleva la pelea a un nivel más. Además de recalcar que nadie tiene el derecho de imponer sus creencias medievales a los demás en detrimento de la civilización y progreso, el ateo da un paso más: atacar a las ideas mismas, exponiendo su naturaleza falaz.  Es por esto que el activismo secular, en particular el ateo, tiene una labor importantísima en la sociedad: la depuración de las ideas.



sábado, 1 de octubre de 2011

Hugo Valdemar: De Falacia en Falacia

HUGO-VALDEMAR[1]

Una falacia es un error lógico dentro de un argumento.  Una vez que se ha cometido este error, el resto del argumento queda invalidado hasta que se aclare o resuelva la falacia.  Si bien encontramos ejemplos de falacias en diversas áreas de nuestra vida cotidiana, pocas veces ocurren en más ocasiones que en los discursos y argumentos religiosos.  Como ejemplo de esto, veremos la gran cantidad de falacias que ocurren en una brevísima entrevista a un prelado católico (aunque ciertamente no son—por mucho—los únicos que cometen errores lógicos tan garrafales como los que veremos a continuación).

El padre Hugo Valdemar Romero, vocero de la Arquidiócesis de México, otorgó la siguiente entrevista al programa de noticias en radio Hoy por Hoy el día lunes 26 de septiembre.  En la primer parte, se le pregunta acerca de una iniciativa de ley en el Distrito Federal para que los templos puedan ser sujetos, de ser necesario, a cateos por parte de autoridades policiacas. 

Sin embargo, en lo que quisiera enfocarme es la segunda parte de la entrevista, a partir del minuto 4:50, acerca del aborto.  Como contexto, cabe señalar que esta semana la Suprema Corte de Justicia debatió si los estados tienen facultades para emitir legislación local que prohíba el aborto, como lo hacen ya 17 estados de la república.  A pesar de que siete de los once ministros llegaron a la conclusión de que dichas legislaciones no eran válidas, se requerían ocho votos para echarlas abajo.  El propio vocero Valdemar ya había estado en los reflectores por sus declaraciones en violación del artículo 29 de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto, al llamar a los ciudadanos a no votar por el PRD después de que se aprobara la despenalización del aborto en el DF en 2007. 

En esta conversación, dos días antes de la decisión, el Sr. Valdemar deja en evidencia la lógica fallida (o nula) de la posición antiaborto.  Prácticamente la totalidad de la conversación queda resumida en los siguientes puntos que analizo uno por uno a continuación, y que pueden escuchar aquí mismo:

(Proviene de la página de WRadio: http://www.wradio.com.mx/oir.aspx?id=1552899, recurso que recomiendo consultar ampliamente).

“En contra de la mayoría se hizo una legislación…”

En esto el padre tiene razón, pero para nada es esto un punto a su favor.  Comete la trivial falacia por mayoría, en la que supone que, si una mayoría de la población tiene cierta percepción, entonces debe ser cierta.  Sin embargo, la cantidad de personas que respalden una posición no afecta el que esta sea correcta o no.  Gracias a que se ignoró la opinión de la mayoría, en Estados Unidos se pudo permitir que personas de distinta raza pudieran casarse desde 1967.  Si la mayoría de las personas son racistas, ¿eso haría correcto al racismo?

“Ir contra la vida… defender la vida”

Todo el punto de legalizar el aborto es, precisamente, defender la vida: la de las mujeres.  Las leyes no tienen gran poder disuasivo; en general, se usan para remover a un individuo de la sociedad para prevenir que repita cierta conducta por un tiempo.  Las mujeres abortan cuando es legal y cuando no, también.  La diferencia está en que, cuando el aborto es ilegal, muchas mujeres mueren en el intento.  De este modo, en términos prácticos, aún si suponemos que los fetos son personas—suposición que considero incorrecta, por cierto—,tenemos que cuando el aborto es ilegal se pierden más vidas, pues además de los no-nacidos mueren mujeres también.  De este modo, legalizar el aborto en realidad tiene el efecto neto de salvar vidas, como ya he argumentado en este espacio con más detalle en otra ocasión.

Por lo tanto, Valdemar cae en una contradicción y además en una representación equivocada de la posición a favor de la decisión de las mujeres: al decir hipócritamente que está a favor de la vida, implica que quienes están en la otra posición no, lo cual es falso.

“Es un falso derecho.  No es un derecho de la mujer a decidir.  Es un derecho a matar a un niño en el vientre de su madre… denigra los valores, a la propia madre…  y destruye a la sociedad”

¡Como si la muerte de mujeres jóvenes y pobres fuera preferible..! O, mejor aún, podemos meter a indígenas inocentes a la cárcel, como aquí.  Claro, esas cosas ni las denigran ni destruyen la sociedad…

Pensemos, para ejemplificar más, en la siguiente situación:

Una aspirante a un programa de doctorado en Europa logra obtener una beca completa a su universidad preferida gracias a años de dedicación y esfuerzo.  Dos meses antes de partir, se encuentra con que está embarazada, a pesar de estar llevando un supuesto “método natural”—considerablemente menos efectivos que los métodos “artificiales”—tal como se lo sugiere la misma Iglesia Católica.  ¿Qué se supone que debe hacer?  ¿Quién decide castigar con cárcel la mala suerte de una personas?  Los sacerdotes violadores de niños tan solo piden perdón y los reubican… ¿por qué a nuestra mujer ejemplar hay que mandarla a la cárcel 30 años, como en el infamísimo estado de Guanajuato?  Por supuesto que se trata del derecho de mujeres a decidir: es su cuerpo, es su vida, son sus creencias (o falta de ellas, no todo mundo es católico) y cada una se encontrará en una situación que le es muy particular.

Hablando de decisiones, ¿quién carajos es un viejito virgen para andar decidiendo acerca de la maternidad de mujeres que ni conoce?

Finalmente para este punto, tenemos otra falacia de representación equivocada: ¿quién dice que un cigoto, embrión o feto es lo mismo que un bebé?  ¿Acaso es lo mismo una semilla que un árbol?  ¿Acaso cada vez que comemos pan integral somos culpables de deforestación?

“No soy médico para discutir situaciones más concretas que son muy específicas, pero hasta donde nosotros hemos entendido…”

Al continuar la entrevista, comienzan a pasar un audio de una activista feminista, que empieza a dar una explicación del punto anterior. Sin embargo, claramente se nota que cortaron el audio cuando apenas iba empezando a explicar por qué un embrión no es lo mismo que una persona.

Al dar su opinión sobre literalmente unos cuantos segundos de la posición contraria a la suya, el vocero se descalifica por completo para dar una opinión… ¡y luego da su opinión!  A continuación comienza a dar una representación incompleta de la posición científica:

“…que un embrión tiene ya todo el mapa genómico y está ya constituido como un ser humano.  El hecho que no sienta—como percibimos nosotros—no quiere decir que no sea un ser humano”

Ciertamente, desde el momento de la fecundación ya se tiene el genoma completo de un ser humano.  Lo que el buen padre muy convenientemente omite es que éste genoma completo lo tiene cualquier célula del cuerpo… Cada vez que nos rascamos, cometemos un holocausto de potenciales seres humanos con genomas completos.  ¡Cada eyaculación sería el asesinato de decenas de miles de personas!

Finalmente, ¿qué hay de los tumores?  Son células humanas con todo el genoma completo también.  ¿Quién aboga por los derechos de los astrocitomas del mundo?

“Todos estos grupos abortistas sabemos que tienen financiamientos internacionales”

Tal parece ser que el buen padre ha caído víctima de la misma paranoia que su infame correligionario, Juan Sandoval Íñiguez, acerca de la conspiración internacional de las grandes corporaciones con las izquierdas para reducir la población mundial a través del aborto, las bodas entre homosexuales y la eutanasia.  Queda demostrado el nulo conocimiento de historia y política del prelado, ya que las grandes corporaciones siempre se han aliado con la derecha política (véase el fascismo o, mejor aún, analícese la situación geopolítica actual de Estados Unidos).  En la historia reciente, basta mencionar las alianzas de la iglesia católica con Nazis y Ustachas durante la Segunda Guerra Mundial para evidenciar el carácter irrisorio de la declaración.

Por cierto, ¿qué tienen de inherentemente malas las organizaciones internacionales?  ¿Son igual de malos Al-Quaeda y Médicos sin Fronteras, o la Cruz Roja, o la Organización Mundial de la Salud?  ¿Y la Iglesia Católica qué es sino una organización internacional que obtiene y provee financiamiento de y para fines diversos?

“[prácticas] que a quien más dañan, son a las propias mujeres”

Ahora resulta que don Valdemar hasta tiene simpatía por mujeres jóvenes y pobres que ni siquiera conoce.  Evidentemente, meterse un gancho de ropa por la vagina y morir desangradas o infectadas es menos dañino; como si las mujeres disfrutaran pasar por tal experiencia y, en caso de sobrevivir, también ir a dar a la cárcel.

“Sabemos que no lo hacen por gusto; que, por desgracia, son a veces obligadas a llegar a esta situación”

¡Quizá la frase más irónicamente falaz de toda la entrevista!  Los mismos que condenan la dificilísima decisión que toman algunas mujeres acerca de su propia vida y cuerpo, también son los que obstaculizan el acceso a los métodos anticonceptivos y la educación que harían del aborto una rareza médica en vez de una triste necesidad de la sociedad.

“Muchas de ellas[feministas], por cierto, no son madres.  No saben lo que significa esto”

Ya hacía falta la clásica falacia del ataque ad hominem: aunque fuera cierto que las feministas no son madres—lo cual es una auténtica burrada—, nada tiene que ver con lo correcto de los argumentos de éstas.  Además, ¿a cuántas feministas ha entrevistado este tipo?  ¿Qué sondeos ha visto?  Comete entonces una falacia de generalización apresurada, aunada a otra de asociación, en la que se supone que si algunas feministas no tienen hijos, entonces ningunas los tienen.

“Es un drama terrible el que viven, y el sufrimiento es de por vida.  Es un aspecto que no se considera”

Nuevamente supone que morir, quedar solas en la calle con un niño o estar en la cárcel 30 años es mejor que abortar.  Obviamente el sufrimiento es de por vida; de hecho, es uno de los aspectos principales que se toman en cuenta para despenalizar el aborto: ¿qué gana la sociedad encarcelando a mujeres jóvenes y pobres que ya de por sí se castigaron a sí mismas con la acción que tomaron?  ¿Qué aprenderán en la cárcel que no aprenderían de la propia experiencia?  ¿Qué incentivo tienen para volverlo a hacer?

Para concluir, hay que mencionar que la falacia más grande de todas es la entrevista en sí: ¿quiénes son los ministros de culto para considerar que están dando una opinión informada acerca de algo que no se trata de culto?  Una cosa es que tengan cierto interés en un resultado determinado de la discusión, y otra distinta es que realmente sepan acerca de ella.  Tienen creencias al respecto, ¿pero qué es lo que realmente saben estas personas?  ¿Qué estudios han conducido?  ¿Qué experimentos han llevado a cabo, y cuál ha sido su metodología?

No suspendemos una clase de matemáticas para darle oportunidad a un numerólogo de dar su punto de vista.  Tampoco llevamos a un chamán a dar clases a los alumnos de medicina, ni a un astrólogo a explicarnos cuestiones de astronomía.  ¿Qué sabe un teólogo de embriología, antropología física, bioquímica o genética?