miércoles, 25 de enero de 2012

Más Sobre la Omnipotencia

 

Hace unos meses escribí acerca de cómo la omnipotencia y la omnipresencia son incompatibles, y cómo eso ayudaba a darnos cuenta de que no podían ser ciertas.  Sin embargo, el argumento se centraba en la combinación de ambas propiedades para ilustrar su incompatibilidad. Sin embargo, la omnipotencia, por sí sola, puede analizarse para ilustrar cómo es un concepto necesariamente falso e inclusive es contraproducente para quienes la creen un atributo de su dios.

    En la lógica, los argumentos se construyen a partir de premisas, silogismos y conclusiones.  Para que un argumento sea considerado como plausible, debe estar absolutamente libre de errores lógicos, o falacias.  Una vez que se identifica una falacia en un argumento, éste queda considerado como erróneo a partir de ese punto.  Puede ser que una de las premisas esté mal, o alguno de los silogismos, o quizá las conclusiones mismas.  No importa dónde ocurra el error, el argumento como un todo queda descartado una vez que se identifica una falacia y ésta no es clarificada por quien hace el argumento. En el caso de los conceptos, las propiedades falaces indican una contradicción o inconsistencia.  Igual que los argumentos, se descarta por completo que un concepto pueda ser verdadero una vez que se identifica un atributo falaz.

    Entonces, primero hay que recordar que la omnipotencia es la capacidad de hacer absolutamente cualquier cosa.  Si podemos formular una pregunta como “¿Puede…”, entonces la respuesta debe ser sí.  En el caso del dios omnipotente de la Biblia, podríamos formular preguntas del tipo siguiente:

  • ¿Puede Dios hacer llover en cualquier momento?
  • ¿Puede Dios resucitar a los muertos?
  • ¿Puede Dios leer mis pensamientos?
  • ¿Puede Dios...?

…y así sucesivamente, para cualquier pregunta que se nos ocurra.  Dado que es omnipotente, en cada caso la respuesta a las preguntas anteriores debe ser “sí”.

    El problema clásico que se formula es el siguiente, y también toma la forma de una pregunta:

¿Puede Dios hacer una piedra tan grande que no pueda levantarla?

Aquí hemos llegado a una paradoja:  si la respuesta a la pregunta es sí, como se supone que debe ser, entonces Dios no es omnipotente porque no puede levantar la piedra.  Si la respuesta es no, entonces Dios tampoco es omnipotente, ya que no puede hacer la piedra.  En este punto, desde el punto estrictamente lógico, la omnipotencia está muerta como concepto, dado que se entra en una contradicción: si la premisa es que Dios es omnipotente, ésta es negada por cualquier respuesta a la pregunta que formulamos arriba.

    Desgraciadamente, los teólogos y apologistas “sofisticados” son incapaces de reconocer este sencillísimo ejercicio como una demostración de que la omnipotencia es un concepto falso.  En vez de eso, intentan aclarar la paradoja anterior, argumentando lo siguiente:

    Dentro de las características de Dios están, además de la omnipotencia, la perfección y la lógica.  Entonces, no está dentro de su naturaleza realizar actos ilógicos como en el ejemplo de la piedra.  Tampoco hace círculos cuadrados, ni sube hacia abajo, ni se mete afuera, ni ninguna otra acción ilógica.  Siempre maneja dentro del carril de la lógica.

    Aunque los teólogos apologistas suelen considerar esto como una defensa efectiva de la omnipotencia de Dios, lo que acaban de hacer es darse un disparo en sus pies conceptuales. 

    Primero, Dios queda limitado a lo que la lógica permite (obviamente, ellos no usan la palabra “limitado”, sino que lo maquillan diciendo que su “naturaleza” es ser lógico).  Pero, ¿qué hace Dios, que sea divino y que además siga las leyes de la lógica siempre?  Dado que la lógica de la naturaleza es la física, ¿Dios no hace nada que sea físicamente imposible?  ¿Qué puede hacer que no sea ya una consecuencia natural de las leyes de la física o, por extensión, la química y la biología?  ¿Qué lugar le queda a Dios para actuar en un universo lógico y, por ende, mecánico?

    Segundo, los apologistas acaban de caer en un deicidio total: Si Dios no hace nada ilógico, entonces no hace milagros.  ¿Qué es un milagro si no una suspensión—una contradicción, mejor dicho—de la lógica?  Si una persona está muerta varios días, no es lógico que vuelva a andar (¿son lógicos los zombis?).  De la misma manera, lo lógico es que una virgen no tenga hijos.  Lo mismo podemos decir de todos los supuestos milagros que se le atribuyen a Dios—y a su hijo—en la Biblia y, no olvidemos, en pleno siglo XXI.

    Juntos, los dos puntos anteriores son devastadores para el concepto de un Dios omnipotente.  No solamente demuestran que Dios no es omnipotente: demuestran qué, irónicamente, Dios no puede hacer nada.  Así, pasamos de un Dios que todo lo puede pero no existe, a un Dios que pudiera existir, pero no hace nada.  En conclusión: Dios no es omnipotente, porque no puede.

    ¿Y qué dicen los teólogos de esto?  Su reacción es la más irrisoria y reveladora de todas: encogen los hombros y dicen que “es un misterio” y lo creen de todos modos.  Todos sus malabares lógicos son tirados a la basura en favor de la “fe”.  Eso es lo que pasa cuando uno se obliga a creer cosas que no son ciertas, supongo.



sábado, 21 de enero de 2012

El Cardenal, Ignorante y Soberbio

 

interview-juan-sandoval-14[1] En su pasada columna editorial que escribe en el Semanario, el cardenal (sí, con minúscula) Juan Sandoval Íñiguez ahora arremetió contra los ateos, o lo que él cree que son.  Consistente con su estilo, el cardenal evidenció una mente cerrada y vacua al tratar el tema.  Si bien no pude resistir dejar un comentario en el artículo (igual que otra docena de ateos y uno que otro creyente que pasaban por la página también), me moderé mucho en mi discurso por la brevedad del espacio.  Entonces, aquí aprovecharé para entrar en un poco más de detalle.

    Para empezar, nos ofrece su artículo a propósito del tema de “explicar el ateísmo y la no creencia en Dios”.  Con esto, desde el primer párrafo, deja en evidencia que no sabe o no entiende que el ateísmo es la no creencia en Dios (ni más, ni menos).  A continuación, entra en una breve pero no por eso poco desastrosa disertación de lo que para él fue la Ilustración en el siglo XVIII, calificándola de “soberbia intelectual”.  Por si no quedó claro lo último que acabo de escribir, lo repito: el cardenal considera a la Ilustración (Voltaire, Rousseau, Locke, Descartes, Spinoza, el origen de los derechos humanos, el contrato social, la separación de iglesia y estado y otros detalles) como soberbia intelectual. 

    A continuación se lamenta de que, gracias a este terrible movimiento en que la gente se atrevió a pensar, “han florecido ateísmos de toda suerte”.  Ateísmo, para los lectores más frecuentes y los más ilustrados, ya habrá quedado claramente comprendido como la “no-creencia en dios”.  Hablar de “ateísmos” es un sinsentido; o se cree, o no.  Hablar de “ateísmos” es como hablar de muchas maneras de no coleccionar estampas, para usar un ejemplo frecuente entre ateos.

    Después de recordarnos a algunos supuestos “pensadores” de su miope filosofía, llega a lo siguiente:

“Yo, que soy creyente por un favor de Dios, no puedo imaginarme cómo sería la vida de quienes no creen, en un momento de tranquilidad y serenidad. Aunque, claro, están tan ocupados constantemente en las cosas del mundo, en negocios o diversiones, que no les queda tiempo para reflexionar; pero, si tuviesen algún momento de calma, ¿qué significado podría representarles su existencia tan breve, fugaz, efímera, engañosa y, a la postre, tan desilusionante por la ausencia de Dios, cuando se dieran cuenta de que todo lo que fueron logrando y recogiendo en la vida, al momento de su muerte se perderá y se volverá nada?

   ¿Será ésta una existencia digna del hombre, o hay algo más que dé razón a esos anhelos que tiene el corazón del hombre, como vivir, ser, permanecer para siempre, gracias a Dios?”

    En cuanto a la parte de que no puede imaginar como es la vida de un ateo, eso queda sobreentendido desde el primer párrafo de su texto; lo sorprendente hubiera sido que sí.  Sin embargo, a lo que quería llegar es a la noción común que tienen muchos creyentes acerca del “propósito” de una vida humana sin Dios.  Al parecer, la vida no vale nada para estas personas si no es que lo decreta su dictador omnipotente.  ¿Acaso necesitamos a un tirano imaginario para darnos cuenta de que una vida pasada haciendo el bien es buena?  ¿Qué pasaría el día que cambie su opinión y decrete que no vale nada?  Muchos creyentes suelen dar a entender que lo que importa es la vida que sigue, supuestamente en el cielo.  Pero, como dice Paula Kirby en su elocuente artículo acerca de precisamente este tema, no hay ninguna existencia más inane que la que tendría uno en el cielo.  Se le considera un premio a una eternidad de ser un adulador del Gran Líder, sin nada qué hacer para mejorar su condición, por encontrarse ya en una Corea del Norte Celestial, como diría Christopher Hitchens.

    Lo que nos preguntamos los ateos, es cómo puede ser que tantos creyentes  solamente encuentren sentido en su vida como siervos de un amigo, padre o tirano omnipotente.  Es por esto que dichas muestras de sumisión solemos tratarlas con tanto desprecio, y sobre todo cuando se nos sugieren como una alternativa viable para nosotros.  Las palabras anteriores del cardenal, para un ateo, tienen un sonido más o menos así:

¿Qué, acaso no quieres ser esclavo?  ¡Pero si someter tu mente es lo único que le da sentido a tu vida!  Vamos, tan solo deja de pensar, de dudar, de filosofar, y conviértete en un siervo también.  ¿Pero qué, es que acaso quieres ser libre? ¿Dices que te importa la verdad, aunque no te guste?  ¡Carajo, pero eso puede ser difícil y desagradable!  Mira, acá te tengo un libro que dice que nada de eso es necesario: basta con que dejes de pensar, y el Gran Líder se encargará de todo… Además, tiene un bonito parque de diversiones donde puedes pasar la eternidad lamiéndole el culo.  ¿No es grandioso?

    Si bien como ateo le doy significado y propósito a mi vida—yo mismo—, debo reconocer que aun si mi vida fuera de algún modo desprovista de éstos, todavía sería mejor pasada que la del cardenal.



martes, 10 de enero de 2012

El Cuento del Éxodo

moses01[1]Después de alternar la lectura de  la Biblia con otros textos más interesantes (dudo que alguien aguante leer los 70 libros uno tras otro), ahora pasé a darle una leída detenida al segundo libro, Éxodo.  Yo ya tenía ciertas dudas acerca de la veracidad del relato y la presencia Judía en Egipto en general, sembradas por pensadores como Christopher Hitchens y Sam Harris.  Bien, pues un poco de investigación ligera arrojó los siguientes resultados:
Nunca hubo judíos en Egipto: enlace aquí y aquí.
    Entonces, las pirámides egipcias no fueron construidas por esclavos judíos: acá.
    Bien, pues con el entendimiento de que no considero por ningún momento que el relato sea confiable desde el punto de vista histórico, va un breve recuento de lo que pasaba por mi mente leyendo este tomo de la Biblia.

Parte I: La Represión del Pueblo Judío en Egipto


Génesis nos había dejado con la historia de José, un judío descendiente de Israel que interpretó los sueños del Faraón egipcio en turno, logrando predecir periodos de extrema abundancia y escasez en su reino (nunca se nos dio el nombre del Faraón, lo cuál hubiera sido de suma utilidad para ubicarlo entre los cientos de faraones que los historiadores tienen cuidadosamente catalogados en gran detalle).  Sin embargo, se nos dice que a la muerte de este faraón anónimo el igualmente no identificado sucesor fue cruel con el pueblo israelita, obligándolos a trabajos forzados y exigiéndoles rendimientos altísimos.  En respuesta a esto, Dios castigó al Faraón y su gente mediante diez plagas, una tras otra, hasta que por fin el Faraón dejó ir a los israelitas.
    Pero hay un detalle incómodo: con cada plaga, una y otra vez, Dios mismo “endureció el corazón” del Faraón.  Inclusive hay ocasiones en que Dios habló con Moisés, como en el capítulo 4, para decirle desde antes de la plaga que endurecerá el corazón del monarca para que no los deje ir.  Esto, dice Dios, es para poder tener pretexto para mostrar su ira a través de las múltiples plagas que mandará.
    Esto lleva inevitablemente a preguntarse por qué Dios tiene que endurecer al Faraón.  ¿Pudiera ser que el Faraón era bueno, pero la sed de destrucción de Dios lo hizo endurecerlo?  ¿Qué razones tiene Dios para estar tan ansioso de hacerle mal a los egipcios?  (Los celos de los dioses egipcios pudieran ser una clave).
    Aquí, los apologistas cristianos se sacan de la manga, como en la misma nota al pie de la página de mi edición de la Biblia, que “endureceré el corazón del faraón” es solamente un decir, y que realmente el faraón fue el culpable de todo.  Básicamente, su explicación es que la Biblia no dice lo que dice.
    Alternativamente, los apologistas suelen justificar este comportamiento con la respuesta más irrisoria e inmoral de todas: “Es Dios, puede hacer lo que quiera”.  Como el propósito de Dios era intimidar y doblegar al Faraón y su pueblo desde el principio, por el hecho de ser Dios no hay nada qué cuestionar.  ¿Cómo mejora esto la situación?  ¿Se dan cuenta los creyentes que, al tratar de defender a un tirano omnipotente, solamente se exponen como auténticos cobardes e idiotas morales?  ¿Qué clase de mente podrida justifica esto y actos como la décima plaga, en donde Dios mata a todos los primogénitos de Egipto, incluyendo niños?  Bien, pues dejo un ejemplo aquí.
    Después de la décima plaga (y que Dios dejara de intervenir), el Faraón accedió a dejar a los israelitas salir de Egipto. Excepto que, cuando ya casi salían, de nuevo Dios manipuló al Faraón (capítulo 14) para que los persiguiera hasta el Mar Rojo y entonces Él pudiera destruir al Faraón y su ejército.

Parte II: Los Mandamientos y Otras Curiosidades


Después de merodear por el desierto un tiempo, finalmente los israelitas llegaron al pie del Monte Sinaí.  Una vez ahí, Dios llamó a Moisés para darle instrucciones en lo que los demás esperaban, y es en esta ocasión que le delegó la tarea de comunicarle a sus correligionarios los Diez Mandamientos (capítulo 20), entre otras muchas instrucciones.  Palabras más, palabras menos, dicen algo así:
1.  No tendrás dioses ajenos delante de mí. Qué tiene que ver esto con la ética o la moral, me elude.  Sin embargo, queda claro que Dios está consciente de que hay otros dioses (los de los egipcios, por ejemplo) y, ya sea que dichos dioses sean reales o no, no soporta la idea de que los humanos puedan venerar a ningún otro.  Como Dios mismo dice más delante, es un dios celoso (después de todo, hizo de ello su primer mandamiento).
    Por cierto y a propósito de otros dioses, en el capítulo 7 Moisés intenta impresionar al Faraón mostrándole milagros que Dios le dio el poder de hacer.  Sin embargo, los hechiceros del Faraón logran reproducir los milagros en un breve duelo que tienen con Moisés.  Al parecer, Dios no era el único que podía hacer proezas sobrenaturales en aquel tiempo.
2. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.  No te inclinarás ante ninguna imagen, ni las honrarás; porque yo soy Yahveh Dios, fuerte, celoso, que castigo la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. El mandamiento incómodo para el catolicismo.  Curiosamente, se distingue que hay más de una instrucción en este fragmento: primero está la prohibición sobre las imágenes del cielo, subsuelo y mar, y luego está la de los ídolos.  Además se nos recuerda, por si había duda, que Dios es celoso y castiga hasta los tataranietos por las ofensas de uno (¿Cómo es esto justo o virtuoso en alguna manera?  ¿En qué ayuda a la humanidad no hacer estas imágenes?).
3.  No tomarás el nombre de Yahveh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yahveh al que tomare su nombre en vano. ¿Y qué significa esto?  Cuando alguien dice “sabrá Dios…”, realmente es una manera de decir “nadie sabe”.  ¿Es esto un pecado?  Cuando un terrorista suicida grita “Dios es grande” antes de inmolarse, ¿le está haciendo honor al nombre de Dios, o lo está usando en vano?  Al igual que los dos anteriores, este mandamiento no tiene nada qué ver con ética.
4.  Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra, mas el séptimo día es reposo para Yahveh tu Dios; no hagas en él obra alguna tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Yahveh los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Yahveh bendijo el día de reposo y lo santificó. Nuevamente, no se hace ninguna referencia a cómo esto es bueno o malo, aparte de que Dios dice y ya.  Es sumamente revelador que la gramática del mandamiento indica a quiénes va dirigido: hombres que tienen propiedades.  Junto con el décimo, éste mandamiento es evidencia plena no solo de que es un invento humano, sino de varones. ¿Y por qué no simplemente decretar que un trabajador merece un descanso cada seis días? ¿Acaso solamente es importante el descanso para emular a Dios?
5.  Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Yahveh tu Dios te da. ¿Qué hay de honrarlos porque eso en sí es un buen acto?  Interesante, que se dé una orden y luego un incentivo para cumplirla que no tiene nada que ver.  Si acaso fueran los padres los que dieran la tierra, entonces tendría más sentido.  Por cierto, ¿dónde está el mandamiento de nunca lastimar a los hijos?
6.  No matarás. Poco qué comentar aquí, aparte de que es quizá el mandamiento menos original y más violado de toda la Biblia, usualmente por el mismo Yahvé.  Además, existen versiones de que la versión original dice “No asesinarás”, que no es lo mismo.
7.  No cometerás adulterio. Nuevamente poco novedoso, dado el contexto de la época (va ligado al décimo, como veremos).
8.  No robarás. Mismo comentario que los dos anteriores.  Irónico, dado el tema de prácticamente todo el Viejo Testamento: robar la tierra a quienes tienen la mala fortuna de estar en ella cuando Dios se la prometió a los judíos.
9.  No rendirás falso testimonio contra tu prójimo. Quizá el único mandamiento que vale la pena loar como algo bueno, original y virtuoso.
10.  No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.  Por si no había quedado claro antes, estamos ante una sociedad en la que las mujeres eran consideradas objetos propiedad de los hombres, equivalentes a sus esclavos, su ganado y propiedad material.  Quizá sea el más irónico de los mandamientos (entre varios fuertes contendientes), pues lo único que hacen los israelitas en los primeros libros de la Biblia es, precisamente, codiciar las tierras de los otros pueblos, así como sus ganados y mujeres—eso sí, siempre auspiciados por Dios. 
    Además, en este mandamiento estamos ante una instancia de querer controlar los pensamientos de las personas: ni siquiera hay libertad en la privacidad de la mente.  Por si fuera poco, prohíbe un instinto natural a la humanidad, por lo que es inhumano pedir que se reprima (sobre todo si no llega a ninguna acción que lastime a alguien).  También hay quienes lo relacionan a la supresión del deseo de los pobres a tener las cosas de los ricos.
    Antes de hacer mayor análisis de estas instrucciones, vale la pena recomendar las discusiones que hace Christopher Hitchens sobre este tema: aquí y acá.  Además, también cabe mencionar que dicho decálogo aparece más de una vez, con diferencias a veces sutiles y a veces no tanto, en más de una ocasión en la Biblia.
    Por si fuera poco, los católicos suelen modificar esta lista y derogan y sustituyen el mandamiento de las imágenes, poniendo en su lugar algo así como “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” (nuevamente, un intento de castigar los pensamientos de las personas).  Inclusive la nota al pie en la edición que poseo, aprobada por la Iglesia Católica, menciona que este mandamiento era “para los primitivos, no para las generaciones actuales ilustradas”.  Me parece sumamente interesante cómo, cuando algo es incómodo en la Biblia, los supuestos “intérpretes” se las arreglan para, entonces sí, reconocerlo como primitivo y decidir que no se deba tomar en cuenta.  ¿Qué pasaría si dijera uno que la Resurrección de Cristo fue un hecho exagerado por los narradores, tan solo un delirio primitivo de la época?

*   *   *

Justamente en el capítulo siguiente al de los mandamientos, Dios le dio a Moisés toda una letanía de instrucciones que se supone son leyes de convivencia.  Éstas consisten principalmente en las normas para golpear a los esclavos y apedrear animales que se han portado mal.  Por ejemplo, el verso 20 del capítulo 21:
El que golpee con un palo a su esclavo y éste muera, comete un crimen.  Si sobrevive un día o dos, no se le castigará, porque es propiedad suya.” (Menos mal.)
Todavía en el capítulo siguiente se dan más instrucciones:
No tolerarás hechiceros.”  (22:18.  Mandamiento que costó miles de vidas durante siglos, y aun tiene un gran costo en sociedades africanas.)
Los mandamientos que se dan pueden tener, a veces, tremenda especificidad e inutilidad, salvo quizá para los pastores de ovejas nómadas de la Edad de Bronce en Palestina:
No cocerás el cabrito en la leche de su madre.” (23:19.)
Ahora vale la pena un comentario acerca de los mandamientos en general, y en particular las instrucciones específicas que les siguen.  Para empezar, hay que señalar que poco tienen de moral o ético estas diversas instrucciones; más bien parecen ser diseñadas, en su mayoría, para cumplir con los caprichos de Yahvé.  Sin embargo, revelan algo importante: no contienen nada, en lo absoluto, que no se le pudiera haber ocurrido a un típico, primitivo pastor de ovejas del desierto palestino.  Para ser un dios, Yahvé parece actuar tal como uno de ellos.  Es como si alguien hubiera elegido a uno de estos primitivos pastores nómadas y lo hubiera hecho omnipotente.
    Si Dios es la fuente de moral absoluta, como dicen sus fans, ¿cómo es que aprueba de la esclavitud?  Aquí, los apologistas e “intérpretes” suelen recurrir al supuesto contexto de la época y nos dicen que, si la esclavitud era normal para los pobladores, entonces Dios les hablaba en términos que pudieran entender.
    Pero vimos unos capítulos antes que, cuando Dios se lo propone, tiene maneras de convencer a las personas de hacer lo que Él dice—si no, pregúntenle al Faraón.  No creo que estuviera más allá del Supremo, Perfecto, Omnipotente, Omnisciente, Omnibenevolente Señor Dios Creador del Universo decir algo así como:
“Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás esclavos ante mí.”
    O quizá:
“No violarás.”
    Ciertamente, entre los mandamientos y la instrucción de no cocer al cabrito en la leche de su madre, podría haber algo bueno y útil para los humanos, tal como:
“No beberás agua que no haya sido hervida antes”.
    ¿Acaso es necesario explicar que esto hubiera sido infinitamente más útil que cualquiera de los supuestos mandamientos?  ¿Cabe alguna duda de que esto está dentro de las posibilidades de un supuesto dios?  ¿Qué tal decretar algo como “te lavarás las manos antes de comer”?
    La cuestión no es el contexto moral de los habitantes de estos relatos, sino la calidad moral del Dios que supuestamente está para hacer el bien y ayudarlos.  Si Dios les dijera que dejaran la esclavitud, seguramente le hubieran hecho caso.  Pero nunca lo hizo.  Por el contrario, la esclavitud, la violación y el genocidio están a punto de ser recomendados por Dios en los libros venideros.  De esto se nos da una premonición en el capítulo 23, versos 20 a 33, en los que Dios da instrucciones a Moisés de entrar a las tierras de los cananeos, amorreos, heteos, ferezeos, heveos y jebuseos, naciones que serán destruidas por Dios y que, según sabemos, no le han hecho ningún daño a los israelitas.

Parte III: Nada mejor qué hacer que adorar


Como Moisés se estaba tardando (pasó cuarenta días y noches conversando con Dios) los israelitas se impacientaron.  Juntaron todas su alhajas de oro, las fundieron, e hicieron un becerro de oro para ponerse a adorarlo.
    Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí y los descubrió idolatrando al becerro, los mandó matarse entre ellos (dice el relato que murieron tres mil). Entonces destruyó el becerro y, en su ira, también destruyó las tablas en las que Dios había inscrito los mandamientos que le acababa de dar.
    Después de esto, Dios renovó su alianza con los israelitas ("aquí no pasó nada") y prometió destruir a los otros pueblos que estaban, por mala suerte, en las tierras que Él les prometió.  Casualmente, se nos volvió a recordar (34:26) que no hay que cocer al cabrito en la leche de su madre.  Moisés volvió a pasar otros cuarenta días y noches en el monte (durante los cuales se nos dice que no comió ni bebió nada) e hizo tablas nuevas.
    ¿Acaso no tienen nada mejor qué hacer los israelitas que ser lacayos de alguien en todo momento?  ¿De dónde viene este deseo de adorar algo a toda costa?  Ciertamente, está presente hoy en día pero no en todo mundo (yo nunca lo he tenido, y no soy el único).
    ¿Y qué hay del mandamiento de no matar?  ¿O acaso una vez que se rompió el segundo mandamiento está justificado castigar al infractor con la muerte?  ¿Y cómo es que Dios no está al tanto de lo que están haciendo los primitivos israelitas mientras conversa con Moisés?  Si está en todos lados, ciertamente es sumamente negligente.
    El libro concluye con unos tediosísimos capítulos acerca de cómo construyeron los israelitas el Arca del Testamento, el Tabernáculo, el Altar y las ropas sacerdotales de Moisés y su hermano, Aarón.