miércoles, 16 de enero de 2013

Sobre el Sueño y la Salud Mental

La diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco.
-Salvador Dalí

Uno pensaría que la diabetes tipo I, con todas sus condicionantes sobre quien la padece, sería el principal factor en determinar cómo es la vida de uno. Sin embargo, a casi un año de padecerla, todavía palidece en comparación con otras condiciones de salud que padezco: las de mi salud mental. Mientras que la diabetes representa inyecciones de insulina, restricciones alimentarias y la toma de unos pocos medicamentos, mi salud mental determina muchas más cosas de mayor impacto. Cómo interactúo con la gente, con los objetos y hasta con las ideas está determinado por mi manera de pensar. El contenido de lo que pienso es otro asunto, y se puede consultar en los otros artículos que están aquí publicados; por “manera de pensar” me refiero específicamente a la mecánica del pensamiento: sus engranes, pistones, palancas y, sobre todo, su motor. El hardware de la computadora, pues.

Los ratoncitos que no paran


A mediados de la secundaria comencé a desarrollar dificultades para dormir. Primero, me empezó a tomar cada vez más y más tiempo conciliar el sueño por las noches: veinte minutos, luego treinta, luego una hora, luego más. Después, comencé a despertar cada vez más temprano al día siguiente, aunque solía quedarme en la cama de todos modos tratando de volver a dormir—usualmente sin lograrlo. Para cuando llegué a la preparatoria, era común que mi sueño se interrumpiera varias veces durante la noche. Gradualmente, las porciones de tiempo de la noche que pasaba dormido y despierto fueron invirtiéndose, de modo que la mayor parte del tiempo la pasaba despierto—aunque acostado dando vueltas—y solo dormía algunos ratos aislados. Dos o tres noches a la semana no dormía nada en lo absoluto.

¿Y qué hacía durante el tiempo que no dormía? Pues pensar, pensar y pensar. Algunas cosas eran de alguna utilidad, pero la mayor parte eran basura, como la estática de un radio sin sintonizar. A pesar de la fatiga extrema y el deseo sincero de querer dormir, la cadena de pensamientos era imparable y muchas veces repetitiva. Podía quedarme varado sobre una idea por horas sin importar cuál fuera, analizando, examinando, repasando. Pero igual podía obtener alguna reflexión profunda sobre algún sofisticado problema filosófico, que desgastar neuronas en un perro que se oía ladrar a lo lejos en la noche.

Nunca me levantaba de la cama, mas que a orinar. Y siempre parecía que, cuando por fin lograba caer inconsciente, lo que me despertaba una y otra vez eran las ganas de orinar. Pero cuando iba al baño, salía un chorro débil y decepcionante, y me sentía frustrado de que algo tan mísero interrumpiera mi preciado sueño. Volvía a la cama, y de nuevo comenzaba el tren de pensamientos sin fin, encadenados unos a otros por cualquier pretexto cognitivo. Podía pasar de pensar sobre el grillo que cantaba en el jardín, a alguna escena de Shakespeare; luego, a una u otra mujer (dediqué muchas neuronas a ellas, como cualquier adolescente); después, a algún deporte; seguido, algún fragmento de un programa de televisión y luego quizá algo de música, lo que me regresaba al grillo... y así varias veces, hasta que llegara a alguna idea en la que me quedara atrapado por completo, analizando. Y pasaban horas.

Curiosamente, entre todo lo que pensaba nunca se me ocurrió que lo que me pasaba no era normal, quizá porque durante el día lograba ser altamente funcional, al grado de obtener buenas calificaciones en todas las materias y hacer mucho, pero mucho deporte. Me acostumbré a síntomas diurnos que no relacioné con el insomnio. Uno de estos era que estaba extremadamente alerta de día, y mis respuestas a los estímulos captados por mis sentidos eran agudas; tan solo que timbrara un teléfono o inclusive que alguien me llamara por mi nombre me sobresaltaba. Aparte, no disfrutaba la compañía de prácticamente nadie y estaba sumamente irritable la mayor parte del tiempo. Porque evitaba tener compañía, pocos notaban mi irritabilidad, y los que la detectaban la atribuían a algo pasajero. Pero en mi caso era algo crónico. Ah, y me dolía la cabeza. Vaya que me dolía a veces.

Fue el deporte lo que me llevó a sospechar que algo andaba mal. Durante viajes a otras ciudades a jugar baloncesto, tuve que compartir habitación con compañeros de equipo más de una vez. ¡Cómo dormían! Casi al tocar su cabeza la almohada ya estaban inconscientes y hasta roncando. Y mientras tanto, yo daba vueltas toda la noche, pensando y esperando a que amaneciera para que terminara la tortura.

Trastorno Obsesivo Compulsivo


El Trastorno Obsesivo-Compulsivo consiste en distintas conductas que algunas personas pueden presentar para aliviar ansiedad en torno a algo. Aunque estas conductas no estén lógicamente relacionadas con el motivo de ansiedad—el cuál suele ser poco claro para el individuo—realizarlas produce un alivio, por lo que quedan reforzadas. El TOC puede tener distintos enfoques, como la necesidad de acumular objetos u ordenarlos; la necesidad de verificar la seguridad del hogar; la sensación de que las cosas no están suficientemente limpias, entre muchos otros. Ocasionalmente se puede presentar alguna combinación de enfoques en una sola persona.

Las conductas obsesivo-compulsivas pueden llegar a afectar seriamente la vida social y profesional de quienes las padecen. A diferencia de otros padecimientos mentales, el individuo está consciente de que sus compulsiones no tienen sentido y son contraproducentes, pero se le es extremadamente difícil controlarlas. En muchos casos se trata al TOC con mucha efectividad con la ayuda de medicamentos.

Patrones, simetría, clasificación y orden


La identificación de los patrones, la búsqueda de simetrías, y la clasificación y el ordenamiento de los objetos y los conceptos son parte de los pensamientos “basura” o “estática” que mencioné anteriormente. En algunas pocas ocasiones resultan en acciones concretas de cierta utilidad. Por ejemplo, llegué a tener cientos de discos musicales organizados por género, artista y fecha. Si quería ubicar el álbum Dark Side of The Moon de Pink Floyd, por ejemplo, buscaba en la sección de rock progresivo, luego la letra “P”, y luego recorría de izquierda a derecha hasta llegar al que, todavía recuerdo, era el cuarto disco de mi discografía (ya he agregado otros desde entonces y, junto con un par de mudanzas, esto ha contribuido a que actualmente la colección ya no esté tan ordenada). Aún así, ubicaba el disco en la repisa simplemente por memoria, al “tanteo”. La clasificación era completamente innecesaria para ubicar el disco, pero era de suma importancia que estuviera en su lugar asignado; de lo contrario (si se lo prestaba a alguien, por ejemplo), me ponía sumamente ansioso. No solamente porque un álbum tan preciado estuviera en manos ajenas, como muchos lectores comprenderán, sino porque había un cierto grado de desordenen la colección, y esto producía ansiedad.

En cuanto a las simetrías, solía analizar objetos tratando de doblarlos en torno a distintos ejes imaginarios, para determinar sus ejes de simetría. Los doblaba de un lado a otro, verticalmente, horizontalmente, en torno a un punto, o inclusive de adentro hacia afuera (esto último requería bastante imaginación y podía volverse sumamente complicado). Así, catalogaba los objetos en mi mente según su simetría o falta de ella. Aun cuando un objeto fuera completamente asimétrico, podía imaginármelo junto a un espejo y eso produciría la simetría buscada. Fuera de unas pocas aplicaciones en matemáticas y física, esto era una completa ociosidad.

Pero la falta de simetría de un objeto tenía efectos adicionales: por ejemplo, si iba manejando de noche y el auto de enfrente tenía una luz de freno fundida. Esto rompía la simetría del auto, puesto que de un lado había una brillante luz roja y del otro no. Esto causaba ansiedad en mí hasta que lograra quitar a aquel auto de enfrente, por la manera que fuera. Otro efecto era el de evitar pisar las líneas del pavimento y ciertos pisos con diseños. Si por alguna razón debía pisar una de estas líneas con un pie, entonces procuraba pisar otra línea con el otro, para “emparejarlos”. Uno pensaría que esto resultaría en una forma curiosa de caminar por la calle, pero es sorprendente lo ágil que uno se vuelve con la práctica.

Notará el lector que hablo de estas manías en tiempo pasado. Sin embargo, aunque he logrado controlarlas o superarlas—con mucho trabajo y mucha ayuda, que describiré más adelante—, todavía persisten en mí algunas compulsiones de este tipo. Por ejemplo, tengo perfectamente bien ubicados e identificados los escalones en mi casa, la casa de mis padres, e inclusive en la oficina donde trabajo. No me refiero solamente a que sé cuántos son, sino que a cada uno lo reconozco por su forma y posición en la escalera. Cada vez que bajo o subo una de estas escaleras cuento cada paso, y procuro que el número del paso que doy coincida con el número que tiene asignado en mi mente el escalón que piso. En ocasiones cambio el conteo para darle variedad. Si son quince escalones, contaré tres veces de cinco en cinco, o quizá primero del uno al diez y luego los cinco últimos por separado. Nunca los cuento en combinaciones de números impares, a menos que sean combinaciones regulares o simétricas (si son catorce los puedo contar de siete en siete, por ejemplo). A veces estoy distraído—o mejor dicho, concentrado—con alguna cosa cuando empiezo a subir los escalones, y no me doy cuenta hasta que voy a media escalera (¡Mierda! ¿En qué número voy?). Entonces, interrumpo lo que fuera que estaba pensando por completo y rápidamente ubico en qué escalón estoy, ya sea por su apariencia o contándolos (veamos... aquél es el 9, y contando de ahí para abajo, debo estar en el 7...), y de ahí en adelante me dedico a seguir contando los pasos y escalones hasta llegar arriba, aunque ya sepa de antemano cuántos son (...8, 9, 10, 11, 12, 13 y !14! Tal como debía ser...). Sólo entonces puedo reanudar lo me tenía tan concentrado antes.

Un punto importantísimo, quizá el que más quisiera recalcar en este artículo, es que estos mismos procedimientos los hago con las ideas. Las tomo y las volteo, las doblo, las estiro, cuento sus partes y las catalogo. Las descompongo por distintos métodos, desde gramáticos hasta lógicos, tratando de detectar patrones (es decir, la estructura de la idea), simetrías (aciertos), asimetrías (errores) y todo tipo de atributos adicionales(maneras de clasificar o catalogar la idea en cuestión). Estos análisis los hago con suma rapidez y suelen ser poco precisos pero, como los repito tantas veces, de vez en cuando resulta algo interesante que me permite, por ejemplo, escribir un artículo.


Sobre la terapia, terapeutas y los medicamentos


Una vez que reconocí que el insomnio no era normal y que tenía un impacto directo en mi calidad de vida, no se requirió una gran labor de convencimiento para que me decidiera a buscar atención. Cuando lo hice, los especialistas que me trataron encontraron varios problemas: rasgos de ansiedad, depresión, conductas antisociales, manías, resistencia a cambiar patrones inútiles... Considerando lo importante que era el orden para mí, era todo un desorden. En un principio trabajaron conmigo una psicóloga y un psiquiatra de manera conjunta; la primera se encargaba de la terapia y el segundo de los medicamentos que la harían más efectiva. Y vaya que noté una diferencia, sobre todo después de la primer noche completa de sueño que tuve en años. Una vez que se determinó que el problema era de origen físico y de carácter crónico, cambiamos a medicamentos diseñados para uso más prolongado, y terapias enfocadas al manejo racional de mis compulsiones.

Siempre procurando las dosis mínimas efectivas, probé un catálogo variado de medicamentos con distintos mecanismos y efectos, a veces por sí solos y a veces en combinación con terapia. En varias ocasiones intenté dejar los medicamentos, tanto por iniciativa propia como por la de los médicos tratantes, siempre recayendo a condiciones de insomnio y ansiedad extremas. Por otro lado, dado que uno desarrolla resistencia a los efectos de inclusive los medicamentos más nobles, es necesario alternarlos y dosificarlos cuidadosamente para mantener la calidad del sueño en un nivel aceptable.

En un punto un neurólogo determinó, por medio de un estudio conocido como una polisomnografía, que aun con medicamentos mi calidad de sueño no era la óptima; de hecho, tenía una grave dificultad para respirar—conocida como apnea respiratoria—que resultaba en centenares de microdespertares cada noche, lo que impedía que mi sueño fuera lo suficientemente profundo. Antes de probar otros medicamentos o inclusive un aparato respirador (CPAP) para usarlo por las noches, me recomendó que me diera una vuelta con una otorrinolaringóloga. Cuando lo hice, ella determinó que andaba muy mal de la nariz y senos paranasales, que requería cirugía, y que era sorprendente que pudiera llevar una vida relativamente normal e inclusive hacer deporte con lo mal que estaba. Una vez realizada esta cirugía seguí requiriendo medicamentos para dormir, pero las dosis se redujeron en más de la mitad.

Desde que comencé a buscar ayuda para dormir y controlar mis compulsiones—hace ya más de diez años—, he estado bajo el cuidado y apoyo de muchos profesionales, dedicados a ayudarme con distintos aspectos (la calidad del sueño, las relaciones personales, el rendimiento deportivo y otros), y a cada uno de ellos le tengo una enorme gratitud [ACTUALIZACIÓN: 29/10/2018. Removí los nombres de mis terapeutas por su privacidad, por las dudas.]

Para dar una idea de lo complicado que ha sido el problema, aun en manos de profesionales, hago un recuento de los distintos medicamentos que he usado, así fuera una sola vez, desde el principio del tratamiento. Algunos los utilizo todavía y les debo mucho; otros no tuvieron efecto alguno o tuvieron demasiados efectos secundarios; y otros tantos fueron útiles en su momento pero ya no son necesarios:

  • Stilnox
  • Tafil
  • Rivotril
  • Prozac
  • Halción
  • Lyrica
  • Haloperil
  • Cronocaps
  • Vextor
  • Dormicum
  • Valdoxa


Hacia delante


A lo largo de los años de terapia y medicamentos han quedado claras dos cosas: que padezco TOC y que hay algún componente de hiperactividad adicional (aclaro que por hiperactividad no me refiero al déficit de atención, que es algo completamente distinto). Las causas de cada uno no están claras todavía, a pesar de que se realiza una gran cantidad de investigación al respecto. Ninguno de mis padres padece de estas condiciones, ni tampoco mi hermana. Tengo una abuela que bien pudiera ser una acumuladora obsesiva, pero pues casi todos los ancianos son así de todos modos.
5 gotas y media tableta cada noche, respectivamente. 
Lo importante es que existen remedios reales para mi padecimiento, y que son seguros y efectivos. Probablemente nunca duerma tan bien como otras personas—y vaya que a veces se me nota—, pero con lo que tengo ya soy altamente funcional, y puedo tener una calidad de vida bastante buena. Es imperativo mencionar que estos trastornos requieren la ayuda de profesionales de la salud mental, pues son padecimientos tan reales—y tan impactantes—como otras enfermedades “físicas”. En mi experiencia, los remedios supuestamente “naturales” son una completa pérdida de tiempo y dinero; llámense homeopatía, tés relajantes o lo que sean. En un periodo sin medicamentos me desesperé hasta el punto de probar con homeopatía—vaya que debía estar muy desesperado por dormir—y tan solo me sirvió para aprender la lección y arrepentirme de haber desperdiciado tiempo y dinero en semejante fraude, habiendo soluciones reales a mi alcance.

Con la ayuda de medicina real—medicina basada en ciencia y no superstición—puedo llevar una vida altamente funcional y gratificante. Tengo una esposa, un empleo que paga una hipoteca, y hasta estudio una maestría en física. Esto sería impensable si mi calidad de sueño fuera tan pobre como alguna vez lo fue antes del tratamiento.


[Actualización: 24 de septiembre de 2015]

Por casualidad revisaba las estadísticas del blog y noté, para mi sorpresa, que este artículo es de los más visitados. En vista de esto, he considerado que sería útil agregar algunas cosas que pueden complementar lo que ya he contado. Recibí el diagnóstico de personalidad esquizoide, la cual frecuentemente va acompañada de una serie de complicaciones en el ámbito de las relaciones interpersonales que puede considerarse un trastorno. Siempre he sabido que estoy varios niveles más allá de la simple introversión y esta información me ha ayudado a ponerle nombre a mi personalidad, aunque sea para agilizar la conversación con médicos o psicólogos que me pregunten al respecto.